Cuando le relaté a un amigo alemán las vicisiitudes que está enfrentando la sociedad cubana, me respondió: pero en el mundo capitalista también existe pobreza. Por entender que esta opinión no es aislada, y sobre todo, por las consecuencias que se pueden derivar de ella, como por ejemplo; “no vale la pena esforzarse o arriesgarse por evitar o liquidar el socialismo, dado que con ello el problema de la pobreza no se resuelve”, creo necesario profundizar y analizar la aseveración referida.
Que el capitalismo no resuelve automáticamente la pobreza, es una verdad de perogruyo, pero establecer una semejanza en ese sentido con el socialismo no se ajusta a la realidad. Realidad demostrada durante decenios de experiencias en el llamado campo socialista. Los países del este europeo que abandonaron esta práctica de gobernanza lograron estabilidad económica, progreso y mejoraron el nivel de vida de sus habitantes. Adicionalmente, obtuvieron con el cambio un “bien colateral”, que es vivir en democracia o con mayores libertades. Sin embargo, no conozco país alguno que haya mejorado la economía de su población a largo plazo, luego de abrazar el socialismo real. Nuestra Cuba puede servir como muestra y el de Venezuela es posiblemente el ejemplo más sorprendente y contundente.
La causa del poder empobrecedor del socialismo, lo explicaba el difunto Carlos Alberto Montaner con una fórmula muy sencilla: “porque el sistema está basado en la mentira”. El dinero, el trabajo, la propiedad del pueblo, las estadísticas, el entusiasmo son mentiras. Cuando una economía no se sinceriza y la economía socialista no escapa al yugo de la mentira, sus indicadores no muestran la realidad. No evidencia los aciertos ni los errores. Intentar desconocer las leyes del mercado solo conduce a desproporciones económicas y al deterioro de la productividad. Churchill decía que en el capitalismo la riqueza está mal distribuída y en el socialismo la miseria si lo está.
Si en China y en Vietnam millones de personas se han liberado de la pobreza en los últimos años, no se debe al perfeccionamiento del Sistema, sino a que sus respectivos gobiernos han dejado atrás la producción centralmente planificada para asumir una economía de mercado. Aunque los partidos gobernantes se autotitulen comunistas, sus prácticas económicas son las de capitalismo de Estado.
En resumen: no existe paralelismo entre los dos sistemas como generadores de miseria, y sí, es importante impedir que el sistema socialista se imponga en algún otro país así como librar a los que hoy lo padecen.
Llegado a este punto, se impone analizar las razones que explican la existencia de la miseria en países que han adoptado el capitalismo.
La pobreza, más exactamente, la pobreza generalizada, donde una parte considerable de la población carece de solvencia para cubrir sus necesidades alimenticias, de vestuario y techo, depende del bajo nivel de desarrollo alcanzado en cada país. Las naciones presentan fuertes diferencias en ese sentido, lo cual se enmarca en factores históricos y económicos, cuyo contenido no cabría en estas notas. De lo que se trata, es de explicar por qué se mantienen unos países en la misma situación cuando otros han logrado superarla. Una fácil respuesta podría encontrarse en el hallazgo y explotación de bienes, como es el caso del petróleo, en algunos países, que han permitido un rápido crecimiento de la exportación, aunque no en todos los casos ello haya conllevado a la eliminación de la miseria. Más interesante resulta constatar que, países sin riquezas mineras han podido superar su anterior estatus y alcanzar niveles de vida similares a la de países con una tradición de bienestar económico, como por ejemplo Corea del Sur o Finlandia.
A mi juicio, la causa fundamental del estancamiento o crecimiento de la pobreza es cultural, y se resume en que ningún país puede vivir a largo o mediano plazo por encima de sus posibilidades. En la vida individual sucede lo mismo. Quien viva continuadamente por encima de sus posibilidades se verá conducido a la ruina e incluso a la cárcel.
Existe zonas geográficas donde la cultura tiene un papel aún más preponderante en cuanto a las dificultades para mejorar la existencia de sus ciudadanos. Países donde la religión asume funciones estatales y donde la mitad de su población, las mujeres, no gozan de los mismos derechos ciudadanos, no pueden prosperar, sin librarse de esas ataduras. Otros países, cuya población no se identifica como nación, porque tienen estructuras tribales y responden a ella, generando recelo, resentimiento, envidia y privilegio, también se les dificulta poner en práctica proyectos de desarrollo económico y de capital humano.
Un elemento que ejerce influencia en el incremento o mantenimiento de la pobreza y que puede vincularse a cualquier país y cultura es la corrupción política. Los conocidos aspectos de corrupción como la desviación de recursos, tráfico de influencias, etc. en resumen; abuso de poder con fines lucrativos, dañan la sociedad en lo económico, pero también en lo cultural, sobre todo, cuando estas prácticas llegan a ser toleradas o admitidas como un mal sin remedio, es decir cuando la corrupción conforma la estructura de un país. Este tipo de corrupción es evidentemente un delito y cuando puede ser probado, en principio los infractores pueden ser juzgados y condenados.
Pero existe una corrupción que no se clasifica como delito y se encuentra más difundida aunque inadvertida. Me refiero al dempeño de los políticos, cuyo objetivo básico consiste en alcanzar el poder y reelegirse. Evidentemente, todo político democrático persigue llegar al poder por medio de sumar votos a su favor. El problema estriba, cuando ese esfuerzo se dirige a gobernar como objetivo personal y no para mejorar realmente el nivel de vida de los ciudadanos. El objetivo central de un gobierno debiera ceñirse a crear el marco estructural para el desarrollo de la economía, así como proteger los derechos fundamentales de los ciudadanos:
- Derecho a la vida y a la integridad física y moral: Garantiza la protección de la vida y la seguridad personal.
- Libertad ideológica, religiosa y de culto: Permite a las personas elegir sus creencias y practicar su religión libremente.
- Libertad y seguridad: Incluye el derecho a no ser detenido arbitrariamente y a un juicio justo.
- Honor, intimidad personal y familiar, y propia imagen: Protege la reputación y la privacidad.
- Libertad de residencia y de circulación: Facilita la movilidad dentro de un país o entre países.
- Libertad de expresión y de cátedra: Permite expresar opiniones y acceder al conocimiento.
Sin embargo, este programa de gobierno no resulta atractivo para muchos políticos, por considerarlo limitado y prefieren considerar las necesidades como un derecho, algo mucho más relevante para los votantes.
Como cubrir las necesidades requiere un costo, lo primero que ejecutan es una ampliación del gasto público. Gasto que deben obtener de impuestos y retribuciones. Con ello se incrementa el costo de la vida, ya que los impuestos los remite el productor hacia sus productos. Exagerados impuestos no conducen muchas veces al incremento de los ingresos del Estado, sino a su reducción, ya sea por vía de producir menos o por el incremento de la producción y servicios incontrolados. Así, puede llegarse a un déficit fiscal, el cual deberá cubrirse con deuda pública o emisión de dinero. Lo primero significa mayores impuestos para próximas generaciones y lo segundo es impuesto que se manifiesta en inflación, al poner en circulación moneda sin respaldo productivo. El encarecimiento de la producción, además de afectar el consumo, limita la competitividad del país con relación al comercio internacional, creando déficit comercial, que reduce el poder de compra de la moneda nacional con relación a otras monedas. Ante este último panorama comienzan a “proteger” la producción nacional con el incremento de aranceles, fijar precio a las divisas extranjeras, obviando la oferta y demanda y hasta otorgar subvenciones a las empresas con los recursos, claro está, de todos los contribuyentes.
El círculo vicioso expuesto en el párrafo anterior puede parecer exagerado, pero es lo que acontece regularmente en la mayoría de los países que no logran mejorar su estado de bienestar.
Aquellos países que lograron convertirse en Estados de Bienestar es porque no aplicaron estas políticas y lo establecieron no por voluntad de alguien, sino porque crearon las riquezas que luego pudieron restribuir con más equidad.
El erróneo accionar de los políticos no responde a una intrínseca maldad. Los políticos surgen de sus pueblos, de sus costumbres y cultura. No resulta fácil, así lo ha demostrado la historia, sostener una gobernabilidad donde impere el paradigma de no vivir por encima de sus posibilidades. Si la sociedad no acompaña las políticas de austeridad y crecimiento económico, poco pueden hacer y harán los políticos de turno.
Emilio Hernández