Se acabó la magia

¿Hasta cuándo se evocará la ‘legitimidad revolucionaria’ para justificar la existencia de un régimen totalitario?

En términos políticos, la «legitimidad» de Fidel Castro fue la «revolucionaria». Desde muy temprano tuvo claro que su proyecto no era democrático. «Elecciones para qué», dijo. Sus principales prioridades fueron destruir cualquier idea de libertad y progreso, institucionalizarse a sí mismo como «el poder» e implantar sus ideas comunistas —si por convicción o por oportunismo, da igual—. La legitimidad revolucionaria fue su gran aliada.

Hoy vale la pena preguntarse hasta cuándo podrán evocar en La Habana dicha causa de legitimación para justificar la existencia de un régimen totalitario. Quizás sea equivocado, pero puede ser que esa posibilidad haya acabado el mismo día en que «la revolución» —léase Fidel Castro— constató que no podía regresar al poder y designó a su hermano menor como heredero.
 Foto: Cubanalis.com

 La dictadura de Fidel Castro, a pesar de su crueldad, tenía algo que la hacía parecer romántica, por así decirlo, ante los ojos de no pocos en Cuba y en el extranjero. Infinidad de intelectuales y académicos del mundo quedaron seducidos por esa magia revolucionaria de Fidel, sin ser capaces de hacer un análisis que, como mínimo, trascendiese el sentimiento antiyanki o se arriesgara a ir más allá de la imagen. Qué duda cabe, además, de que el triunfo revolucionario llegó en una época especialmente afín a cualquier epopeya o discurso que tomase el cambio como bandera, real o discursiva.

 Pero hoy la pasión y el icono están en su ocaso, y en gran medida el contexto político internacional y en especial el de Estados Unidos, están ayudando a completar la obra que la naturaleza ha empezado. Asistimos a la muerte de un mito y para tristeza de los que de él vivieron, éste no tiene recambio.

 Raúl Castro detenta el poder en estos momentos, pero «su legitimidad» será cada vez menos creíble. A los ojos del mundo, inclusive para aquellos que se manifestaron incondicionales antaño, la sucesión dinástica es la antítesis de cualquier romanticismo, máxime cuando las condiciones internacionales no lo justifican. Más temprano que tarde, principalmente cuando Fidel no esté, vendrán los cuestionamientos.

Tiempos de crisis política

El pasado 2008, además de ser el de las expectativas —frustradas—, fue muy activo para la casta gobernante, que recibió numerosas visitas de mandatarios y autoridades religiosas. A punto de cerrar el año, Raúl Castro aterrizó con buen pie en la cumbre del Grupo de Río, donde con efusivos aplausos, los presidentes latinoamericanos lo ensalzaron, sin importar su condición de mandamás del único régimen totalitario de la región. Aunque hay un dato sobre este aspecto: muchos de esos aplaudidores y de los que en estos meses desfilarán por la pasarela de La Habana, pronto culminarán sus funciones de mandatarios, algunos probablemente dejarán muy mal parados a sus partidos políticos.

 Foto: Cubanalis.com

Al régimen no le queda otra que seguir buscando complicidades internacionales y difundir una imagen más campechana, para ir ganando oxígeno. La «operación simpatía» ya está en marcha. De hecho, ya han lanzado a uno de sus rostros más amables, que disfrazado de socialdemócrata, intenta convencer al mundo de que todavía ellos pueden ser buenos —si ahora hasta respetan a los homosexuales— después de medio siglo de represión y exclusión.

 Es tal la desesperación, que si el gobierno cubano tiene que convertirse en pleno al cristianismo para emitir una buena imagen, lo hará. La presencia de Raúl Castro en la misa de beatificación del padre José Olallo, en Camagüey, para alguno podrá ser un paso positivo —¿el regreso del hijo pródigo?—, pero para el régimen no es más que una acción encuadrada en su estrategia de reacomodo. No es la primera misa a la que asisten de un tiempo a esta parte. Dicho sea de paso, sin que el evangelio cristiano les haya hecho mella. Aunque esta vez han añadido un poco más de cuidado a la apariencia: no se ha escuchado al flamante Esteban Lazo expresar nada similar a su «hay que ‘despapizar’ La Habana», tras la visita de Juan Pablo II a la Isla, en 1998.

 La reciente conmemoración oficial por los 50 años de la entrada de Fidel Castro en La Habana fue con una «caravana de la victoria». La comitiva la presidió Fidel Castro Díaz-Balart, acompañado por el meteorólogo José Rubiera y la voleibolista Regla Torres. ¿Por qué el protagonismo no fue de los clásicos de la casta gobernante?

 La respuesta está en el hecho de que cada vez se levantan más voces que acusan a la gerontocracia gobernante de no resolver los problemas que angustian a la población. El último conocido en hacerlo fue Pablo Milanés, que además de mostrar su desconfianza hacia los vetustos, dijo que no se había avanzado en el tema racial.

 Por ello, han querido dar una imagen distinta. Sin duda, la que puede aportar Rubiera, que goza de prestigio y simpatía entre la población, y la joven deportista negra que representa a las nuevas generaciones. La presencia de Fidel Castro hijo, paradójicamente, podría ser la menos importante frente a la población, aunque quizás no hacia el interior de la nomenclatura, en la que las diferentes familias deben estar con los cuchillos desenvainados.

 El gobierno sabe que el nivel de confianza entre los ciudadanos está en mínimos. Lo confirmó una encuesta realizada no hace tanto en la Universidad de La Habana. Su problema principal es de legitimidad, capacidad y confianza. Y como la vida se hace cada vez más dura, no parece que esta vez el encanto vuelva a suplir las virtudes ni que al Príncipe le baste con aparentarlas.

 Yax Cires Dib, Madrid 
 Artículo tomado de Cubaencuentro. com