Supervivencia

Vivir en Cuba es extremadamente complejo. Para todo -y por todo- hay que correr riesgos. Incluso para sobrevivir. No hablo de pérdidas o ganancias en el desarrollo de una empresa. Me refiero a que en casi todos los contextos cotidianos hay que recurrir a la ilegalidad.

 Si compras algo que tenga procedencia dudosa, se comete el delito de receptación. Si vendes, el de especulación. Si compras para revender, acaparamiento. Cada figura delictiva del Código Penal está diseñada de tal manara, que abarca disímiles situaciones de la vida diaria.

 Conductas que en nada representan un peligro para la sociedad, y en la legislación están previstas como acciones antijurídicas. Para el gobierno, lo único legal es trabajar en un centro estatal, estudiar y comprar los mandados de la bodega. Hacer otras cosas es caminar por el filo de la navaja de la ilegalidad.

De esa situación están conscientes las autoridades. Los agentes de la policía paran diariamente en la calle a cientos de individuos bajo la sospecha de que están cometiendo un delito. No sé si existan estadísticas, pero calculo que cada cinco minutos, el 20 por ciento de la ciudadanía realiza una acción delictiva.

 Tal vez todos tengamos cara de delincuentes.

Foto: Karl Langley, Flickr

De esa situación están conscientes las autoridades. Los agentes de la policía paran diariamente en la calle a cientos de individuos bajo la sospecha de que están cometiendo un delito. No sé si existan estadísticas, pero calculo que cada cinco minutos, el 20 por ciento de la ciudadanía realiza una acción delictiva.

 Tal vez todos tengamos cara de delincuentes.

 Lo cierto es que los registros en la vía pública van en contra de la dignidad del ciudadano, pero no importa: hay que revisar todos los bolsos, mochilas, paquetes, jabas: así, dicen, se cumpla la ley. “Institucionalidad, orden y disciplina” es la última consigna.

 En las casas sucede lo mismo. En cada cuadra, un comité “vigila” que no se cometan ilegalidades. Pero todos estamos sabemos que es raro el vecino que no tenga algún negocio. Porque nadie puede vivir con el salario mensual. A no ser que recibas remesas del exterior o le robes al Estado.

 El primero que ‘echa pa’lante’ a cualquiera es el presidente del Comité de Defensa de la Revolución, aunque en su domicilio tiene un banco ilegal de películas pirateadas. Todas las tardes camina por el barrio alquilando novelas, series televisivas y programas del Canal 41 de Miami.

 No por curiosidad, si no por necesidad uno se entera a qué se dedica tu vecino. Llegas del trabajo y te encuentras que se te acabó el aceite para cocinar, agarras una botella y preguntas en el vecindario. Enseguida alguien te dice quién vende aceite y quien hasta ayer por la tarde tenía, pero ya se le acabó. Es el día a día de quienes no tienen pesos convertibles y necesitan conseguir detergente para lavar, jabón para bañarse o carne de res, porque alguien en la familia tiene la hemoglobina baja.

 A pesar de vivir prácticamente en la ilegalidad, los cubanos deben denunciar los hechos que transgredan la ley. El incumplimiento de dicha obligación está previsto en el Código Penal como un delito. Hacerse de la vista gorda ante estas conductas también es una infracción. Y puedes ser multado. O ir a la cárcel.

 En el artículo 161.1, el Código Penal cubano plantea: “El que con conocimiento de que se ha cometido o se intenta cometer un delito, deja de denunciarlo a las autoridades, tan pronto como pueda hacerlo; o con conocimiento de la participación de una persona en un hecho delictivo, no la denuncia oportunamente a las autoridades, incurre en sanción de privación de libertad de tres meses a un año o multa de cien a trescientas cuotas o ambas”.

 Imaginen lo embarazoso que sería denunciar a la persona que te vende el aceite para comer. Cuando estaba a punto de graduarme en la universidad, esa fue una de las cosas que más me chocó.

 Obligatoriamente, tenía que pasar mi servicio social como jueza o fiscal. No me parecía justo acusar o sancionar a las personas, gracias a las cuales puedo comprar comida, ropa, zapatos a precios más baratos y acordes a mi salario, e incluso con oportunidades de pago, ventajas que no se tienen en los negocios estatales. De ahí la tolerancia social por las conductas prohibidas por la ley.

 El gobierno también está consciente de esa situación. Por eso creó una compleja red de denuncias anónimas. Delaciones que no son resultado de la observancia estricta por cumplir la ley o de la conciencia por cumplir con un deber social. Casi siempre son producto de envidias, rencillas y bajas pasiones. Una muestra de la pérdida de valores éticos en la sociedad cubana. Y, sobre todo, de la impunidad con que el gobierno se inmiscuye en la vida privada de los ciudadanos.

 Un aumento del nivel de vida de un vecino, le preocupa y molesta a otro, que debido a años de frustración ha visto su vida estancada. O por culpa de una discusión por el más mínimo motivo: la música alta; disputa entre hijos o desacuerdo en cuanto a los límites de las propiedades colindantes. O simplemente es una persona orgullosa y no saluda a nadie.

 Cualquier asunto puede ser el estímulo inicial para chivatear ante las autoridades de que un vecino está haciendo actividades ilegales. Esa suele ser la principal fuente de información de la que se nutren las autoridades para arremeter contra los llamados ‘nuevos ricos’ y quienes supuestamente pudieran representar un peligro real al ejercicio del poder político, en manos de una dirigencia histórica.

 Por ello, vivir en Cuba es bastante complejo y difícil de entender fuera de sus costas. Para lograr un propósito, satisfacer determinadas aspiraciones básicas o lograr un sueño, los cubanos se ven obligados a transgredir la ley. O incurrir en un delito cuando toleran que otros la transgredan. Y corren el riesgo de ser denunciados por el simple placer de chivatear o por los mezquinos sentimientos de alguien. Incomprensible, pero así es la supervivencia en esta isla.

Laritza Diversent, La Habana 03.10.09
 
 Artículo tomado de http://vocescubanas.com/desdelahabana/