Impresiones de un cubano en Alemania

Lo que a continuación describo carece de un carácter genérico, es decir, no representa a los cubanos en Alemania, ni a una generación de cubanos, así como a ninguna otra aglutinación posible. Son simplemente mis impresiones personales.

Los cubanos, como cualquier otra nacionalidad, son diversos, pero están en extremo marcados por la ideología. Así, las valoraciones sobre el país donde vivimos actualmente y el de nuestro origen son bastante diferentes acorde a los puntos de vista políticos de cada cual. Lo mismo puede decirse, aunque en forma no tan acentuada, con relación a la generación a la cual pertenecemos. Por ello resulta muy difícil generalizar, aunque existen aspectos como el amor familiar, las preferencias climáticas, etc. las cuales pueden compartirse por casi todos los cubanos.

 Emigrar, independientemente del afecto que pueda debérsele al país que te brinda acogida o las razones que obligaron la salida del país donde nacimos, es siempre algo desgarrador, lo cual no implica forzosamente inconformidad, pues en este cambio de la vida se pierden y se ganan aspectos esenciales de la existencia. En este sentido puedo situar en una balanza los aspectos que considero haber ganado y perdido.

¿Qué he ganado?

 Por supuesto resulta necesario comenzar por ubicar en la balanza aquello vinculado a la subsistencia. Mi alimentación y la de la familia que me acompaña, ha dejado de ser una preocupación. Siempre que requiero iluminación me basta con operar un conmutador, al abrir el grifo invariablemente sale agua, el transporte ha dejado de ser un martirio para convertirse incluso en muchas ocasiones en un placer. Junto a mi esposa hemos podido garantizar el futuro decoroso de nuestra descendencia, así como ayudar económicamente a la familia residente en Cuba.

En cuanto a la vida espiritual, la misma se ha enriquecido profundamente. He podido viajar por el mundo, visitar museos, contando con mis propios recursos monetarios, en fin, un choque cultural en extremo beneficioso y placentero. Pero lo paradójico en este sentido es lo mucho que he aprendido de mi país natal.  De la mano de Moreno Fraginals he descubierto la historia de Cuba, la que no se enseñaba en las escuelas de antes y mucho menos en las de ahora. No existe nada mejor para comprender a un país que conocer su historia y sobre todo el origen o las causas de la misma. La literatura cubana se me ha revelado esplendorosamente. He tenido acceso a plumas de las cuales sólo tenía lejanas referencias. Guillermo Cabrera Infante, Virgilio Piñera, Severo Sarduy, Reinaldo Arenas, entre otros, han dejado de ser desconocidos. He logrado conocer y disfrutar la evolución de la rica música popular cubana, evolución arraigada en autores sofisticados como Esteban Salas y Lecuona, así como oír a intérpretes antes insospechados.

 Vivir en una sociedad democrática me ha enseñado a valorar de mejor forma la importancia de las instituciones y el poder de la civilidad. Me ha hecho más tolerante, más profundo en mis análisis y sobre todo ha mejorado mi autoestima.

¿Qué he perdido?

La perdida más significativa que he sufrido ha sido en el desempeño laboral. En Cuba pude realizarme profesionalmente en complejas tareas como el uso y desarrollo de modelos económicos-matemáticos y el empleo de la técnica de computación, algo, que por limitaciones en la edad y el idioma no podía aspirar en Alemania. Aunque debo admitir que finalmente, cuando comprendí que era inútil lo que hacía, ya que en Cuba las decisiones están en función de la política, de la política más mezquina, la de permanecer y prevalecer en el poder y no la de mejorar la efectividad productiva y el bienestar de la población, me sentí decepcionado.

Existen otras ausencias, que a veces son detalles, pero no por ello dejan de ser dolorosos. No estar junto a mi madre cuando murió, alejarme de mis amigos, aunque muchos de ellos también han abandonado el país y así nos hemos acercado. Las playas, el paisaje, el clima húmedo y sensual, también los extraño sobremanera.

La suma de estas pérdidas es lo que denominamos nostalgia y la mejor manera de mitigarla es visitando el país anhelado. Cuando lo he hecho he sentido muchas satisfacciones. Volver a ver a familiares y amigos han sido de las más importantes, caminar nuevamente por mi Habana, oír vocear mi nombre, ver el mar nuevamente. Uno de los mayores disfrutes ha sido visitar con bastante frecuencia teatros, conciertos y danzas. Lo mismo podría hacerlo en Alemania, pero el costo de estas actividades me limita grandemente, mientras allá, gracias a la subvención estatal y el salario miserable de los artistas, me lo ha posibilitado.

Pero en las visitas todo no ha sido disfrute y la nostalgia comienza a difumarse para darle cabida al deseo del regreso, cuando notaba que el tiempo se me escapaba resolviendo problemas a la familia. Por otro lado me percataba fácilmente de los abusos de las autoridades con la población y de las penurias que esta sufre y eso crea una sensación de frustración e impotencia. Me sorprendía advertir que me molesta la bulla, el desorden, el abandono, la desidia. Notaba, que mis añoranzas eran por un país que ya no existe o que solo existió en mi imaginación y reparaba que no solamente el país había cambiado. Había sido asimilado por otra cultura, por el encanto de la primavera, por el trato afable y educado, por la seguridad, por el sosiego. Me daba cuenta que era un extraño en mi patria. Ser y no ser me han hecho sentir definitivamente aún más ausente.


Emilio Hernández, 30.07.10