Reseña de un viaje a Cuba

A finales del año pasado y tras dos lustros de ausencia, regresé a La Habana. Aunque el reencuentro con mi ciudad natal se planeó únicamente para resolver un asunto de índole personal, me alcanzó el tiempo  para observar y analizar el acontecer nacional.

Mi estancia de un mes coincidió con «La Escuela de Verano» un evento anual  organizado por La Universidad Humbolt y la Facultad de Economía de la Universidad de La Habana, donde se dieron cita –entre otros- cubanos graduados en Alemania. Mi presencia  en la actividad me permitió saludar  a viejos compañeros de estudio -acentúo  lo de “viejos”- y escuchar algunas conferencias sobre la actualidad económica, política, y social de Alemania. El evento  incluía seminarios para que los ex-graduados, actualizasen sus conocimientos del idioma alemán en cuestiones específicas, tanto del habla, como de la escritura. 

Como parte del programa, tuve ocasión de visitar los Jardines de Hersey, un pequeño bosque de vegetación exuberante no muy lejos de la capital,  conservado por  un hacendado amante de la naturaleza hace ya muchas décadas. La excursión me pareció magnífica.

En resumen, mis impresiones a grosso modo fueron las siguientes:

Las sentimentales; el caminar por lugares llenos de recuerdos- cuidándome de no partirme un hueso en algún hueco de las aceras o de las calles-  el cielo siempre azul y el afecto recibido por amigos y vecinos.

Las culturales; disfruté de un concierto de la Orquesta Sinfónica, si bien me entristeció contar a más músicos en el escenario que público en las butacas. Asistí, junto a un grupo de amigos, en el teatro Karl Marx al espectáculo de Lizt Alfonso “Dance Cuba”. Esto último merece un comentario: el inmenso aforo se llenó, pero con un público diverso, entre ellos, familias con niños, bebés incluídos, cuyos berridos competían con los comentarios de los espectadores que nos rodeaban. Para colmo, ocupamos una fila aledaña a una puerta, que abría constantemente un público ansioso por comprar refrescos y golosinas, llevar a los niños a los servicios sanitarios y hablar por el celular sin ser molestados. La puerta, que a veces dejaban abierta, permitìa ver una ventana y como era de día, la luz solar,  nos encandilaba. No obstante, la presencia de mis amigos, la música, la calidad danzaria, así como la suma del desorden y el absurdo fue una vivencia inolvidable, aunque no quisiera repetirla.

En cuanto a las diferencias que registré tras diez años de ausencia fueron las siguientes: los mercados campesinos estaban abastecidos- no hablemos de los precios- aunque  más altos los observé en las tiendas de divisa que mostraban no solo desabastecimiento sino también  insuficiencia de locales. En casi todas ellas se formaban colas por lo que deduje que la población posee más divisas (CUC) que los productos importados existentes en las tiendas, algo que a mi juicio carece de solución porque el Estado ni tiene la divisa necesaria ni le interesa dar pasos serios para solucionar este déficit. Otro aspecto a destacar es que el deterioro se ha detenido. No digo que ha terminado, solo detenido y esto gracias a la actividad particular. En el barrio de El Vedado muchas viviendas han sido reparadas, impresión semejante tengo de  La Víbora y por supuesto de La Habana Vieja. Incluso en ¡Centro Habana! se ven destellos de rejuvenecimiento. También me sorprendió  el comportamiento de los viajeros en los Almendrones. Muchos, sin importar edad, saludaban se despedían y pedían disculpa. ¿Será posible, acaso, que el daño antropológico pueda redimirse? Una lucecita de esperanza.

A pesar de los aspectos positivos, me fui de la Isla más pesimista que cuando llegué. Todos están insatisfechos y al mismo tiempo, conformes. Una conformidad, no ligada a la perspectiva sino a la resignación. El bloqueo informativo es total. A las dos semanas  noté mi ignorancia, tanto del acontecer mundial como el de Cuba. Los únicos comentarios que escuché de la gente se referían a enfermedades y epidemias. La solución de problemas cotidianos consume la atención de los cubanos  y el déficit de autoestima, inoculado durante tantos años, impide a la gente imaginar cuan distinta y rica sería la vida si sus derechos fuesen respetados.

Emilio Hernández